Históricamente, nuestra cultura ha legitimado la creencia de que el varón se encuentra en una posición superior, lo cual ha provocado un sentimiento de inferioridad en las mujeres. La diferencia de poder de un género sobre otro ha creado una estructura por la cual las mujeres quedan sometidas a los varones, quienes ofrecen protección. De este modo se les ha otorgado a los hombres una posición de dominio que biológicamente no poseen. Este hecho ha tenido como consecuencia la existencia de una discriminación generalizada y socialmente aceptada contra las mujeres a lo largo de toda la historia. A raíz de esta discriminación sistemática, en nuestra sociedad nace un fenómeno al que se le llama violencia de género, que ha ido con el tiempo tomando un carácter social y formando parte de los temas que preocupan a la opinión pública. Actualmente, la sociedad española es prácticamente unánime en cuanto a sus opiniones sobre la violencia de género, la cual condenan, independientemente de sus actitudes, valores o el marco cognitivo que les haga cribar la información que reciben.
El método utilizado en España para llegar a estas conclusiones parte de una base que prima la opinión pública agregada, derivando así en un modelo representativo de democracia. En este caso, lo único que importa son los resultados finales, a los que se accede mediante un proceso que implica la cuantificación del problema. Un ejemplo de esto es la Macroencuesta de Violencia de Género realizada por el Observatorio de Violencia del Ministerio de Sanidad, en el que en 2011 se encuestaron a cerca de 8000 mujeres sobre su opinión en este asunto.
Para que se hubiese constituido una democracia directa, este informe debería haber prestado atención al diálogo, dando lugar a la opinión pública discursiva, para la que los números no tienen tanta importancia como los argumentos. Amnistía Internacional ha intentado implantar este tipo de opinión con su informe ¿Qué justicia especializada?, en el que denuncia los obstáculos que las víctimas de la violencia de género se siguen encontrando en los Juzgados de Violencia sobre la Mujer. Para ello, ha obtenido información de mujeres implicadas en estos casos, y no sólo de la Macroencuesta, encontrando así los puntos débiles de la Ley de Violencia de Género. Esta organización pertenece a la sociedad civil, que da origen a la opinión pública cuando habla en la esfera pública, un espacio en el que se dialoga sobre cuestiones políticas.
Un perfecto ejemplo del paso de la esfera privada a la esfera pública es el de Jesús Neira, quien, el 2 de agosto de 2008, intervino cuando una mujer estaba siendo maltratada por su pareja. A causa de esto, el supuesto maltratador le propinó una brutal paliza que le dejó en coma durante dos meses. De este modo, se convirtió en objeto de la opinión pública, que se posicionó claramente a su favor, pasó a la esfera pública periférica y comenzó a formar parte de ese escenario en el que la sociedad civil actúa. Los medios de comunicación le convirtieron en un héroe y le dedicaron un gran despliegue mediático, realidad que se acrecentó por la existencia de las imágenes de la agresión. El hecho de que el suceso fuese motivado por la violencia de género, suscitó un especial interés público, ya que, en el siglo XXI, la opinión pública está ya muy sensibilizada con el tema. Esta sistematización mediática del caso favoreció el paso de Neira a la esfera pública central.
Los medios son los encargados de situar a un individuo en ese escenario en el que tiene voz y es escuchado por el público. Todo individuo posee ciertas actitudes y cualidades personales que pueden ayudar a su ascenso en la esfera pública: capital económico, cultural y simbólico. Sin embargo, no todos tenemos las mismas posibilidades de convertirnos en portavoces de la opinión pública. Generalmente en democracia, se le otorga la facultad de crear la realidad a quien cuenta con gran poder simbólico, que es más fácilmente adquirible por quien posee capital económico y cultural. No obstante, el caso de Neira es paradigmático, ya que el ascenso a la esfera pública central se dio de manera opuesta y no necesitó capital económico ni cultural para conseguir el potente capital simbólico que se le otorgó tras el ataque.
En Enero de 2009, sólo unos meses después de la agresión, se le ofreció la presidencia del Consejo Asesor del Observatorio Regional contra la Violencia de Género de la Comunidad de Madrid. Esto muestra el apoyo que recibió de la esfera social por parte del Partido Popular de la Comunidad de Madrid, desde donde Esperanza Aguirre, por entonces Presidenta, creó este puesto de asesor, ofreciéndole el control. De este modo, al asumir el cargo en noviembre del mismo año, Neira pasó de representar a la sociedad civil a hacerlo de una institución politizada y controlada por el poder.
Del mismo modo, vio crecer su capital económico, así como su capital simbólico no mermaba, puesto que era alimentado por sus múltiples apariciones en los medios. De esta manera, su presencia en el escenario de la esfera pública se retroalimentaba, por medio de la promoción y control de la información en el balcón, parte delantera de la esfera. No obstante, los medios tienen la capacidad de sacar al balcón el secreto, lo que se encuentra en el patio o zona trasera. Es decir, convertir la confidencia en publicidad. En el caso de Neira, esto ocurrió en 2010, cuando saltó a la palestra que había sido detenido conduciendo ebrio e iba a enfrentarse a un juicio por un delito contra la Seguridad Vial. Neira trató entonces de hacer uso de la censura, negando que los casos que se le imputaban fuesen ciertos. Con motivo de estos hechos, fue cesado de su cargo y se le retiraron los apoyos que recibía de la esfera social en el ámbito público.
Es manifiestamente claro que cuanto más presencia en los medios de un caso de violencia de género, más importancia le da la opinión pública. Durante el año 2012 han muerto 46 mujeres a manos de sus parejas o exparejas, de las cuales sólo 8 habían presentado denuncia1, pero no todas ellas han llenado portadas ni abierto informativos. Y las otras tantas víctimas que no han fallecido, pero sí son objeto de maltratos físicos y psicológicos, ni siquiera han sido noticia. Debemos preguntarnos entonces si no son los medios cómplices de crear una desigualdad acumulativa con respecto a este tema y de marginarlo por no contar con suficientes apoyos políticos o económicos.
La violencia de género ha ido teniendo, paulatinamente, más presencia en las agendas mediáticas y políticas de nuestro país. No fue hasta el año 1989, bien adentrada la democracia en España, cuando aparece una ley que la regule y la trate como delito y no es hasta los años 90 cuando la prensa comienza a hacerse eco de ella como un problema social y no como meros hechos aislados. Desde la década de los 70 el número de informaciones sobre la violencia contra las mujeres presente en los medios de difusión ha ido en constante aumento. Por ejemplo, en el caso del diario El País, entre 1997 y 1998 se alcanzaron las 754 informaciones sobre el tema, mientras que entre 1976 y 1977 sólo se publicaron 502.
La difusión de este tipo de noticias se intensificó en los años 90, con el asesinato de Ana Orantes, el cual conmovió a la opinión pública y creó un punto de inflexión en materia de violencia de género. Acaban de cumplirse 15 años del suceso. Su tragedia sirvió para que tanto la ciudadanía como los legisladores tomaran conciencia de la existencia de la violencia machista en la sociedad española y que ésta pasara a formar parte de la agenda, primero mediática y después política de nuestro país. El 4 de diciembre de 1997 denunció en un programa de televisión los malos tratos recibidos por parte de su ex marido a lo largo de cuarenta años de matrimonio. A consecuencia de esta aparición, a los trece días, José Parejo, el maltratador, asesinó a Ana prendiéndola fuego tras rociarla con gasolina. Ambos estaban separados, pero el juez había decretado una medida por la cual debían compartir la vivienda familiar. José Parejo rondaba por allí a sus anchas, ya que nadie podía impedírselo. Hasta entonces, la violencia de género era un problema silenciado en la sociedad, al que ni el poder mediático ni el político le daban la importancia que debieran. Dos días después del suceso, en ciudades como Granada, Madrid y Vigo se concentraron a miles de personas para mostrar su repulsa ante este tipo de violencia. Pedían al Gobierno que tomase las medidas necesarias para atender a todas aquellas mujeres que denunciaban malos tratos por parte de sus maridos3, algo inaudito hasta entonces en nuestra sociedad.
Los medios de comunicación, cómplices hasta entonces del silencio y desdén ante estos casos, comenzaron a hacerse eco de este problema social –que había sido ignorado por la esfera pública y relegado al ámbito de la esfera privada– cubriendo los hechos y accediendo a los promotores informativos. Así, la agenda mediática permitió que el público manifestase su desacuerdo con las contradicciones cuestionadas en la agenda oficial. Desde el acontecimiento de la muerte de Ana Orantes, suceso que dio relevancia al tema, la ley contra la violencia de género se endureció, los poderes públicos tomaron cartas en el asunto y las medidas de protección de mujeres maltratadas se multiplicaron. Este problema pasó a formar parte así de la agenda política, desde donde se propusieron soluciones: el Gobierno promovió la reforma del Código Penal para castigar con más rigor a los culpables, que culminó con la aprobación por unanimidad –lo que muestra gran apoyo político–, en 2004, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
Sin embargo, existía aún quien negaba el problema y, desde la élite, se mostraba en desacuerdo a que formase parte de la agenda. Es el caso de Álvarez Cascos, por aquel entonces vicepresidente primero del Gobierno, quien declaró que el asesinato de Ana era un “caso individualizado” y que no se trataba de la “mejor referencia de un supuesto de malos tratos” 3. Por estas palabras, la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas (organización de la sociedad civil, autónoma, plural y parcial, que se autodenomina defensora de valores de igualdad de las mujeres, un objetivo colectivo) creó un debate público y exigió su dimisión, que, no obstante, no se produjo.
La violencia de género en España representa un modelo de relación entre el poder político y mediático de elitismo institucional, cada vez más implantado en la sociedad española, por el que existiría una interdependencia entre ambos. No existe un control total sobre las instituciones, pero tampoco existe una hegemonía de éstas, como hemos visto con las consecuencias legislativas que supuso el boom mediático del asesinato de Ana Orantes. La gestión de la información supone un buen cauce para el control político, así, en la agenda política se encuentran ciertas institucionalizaciones de rasgos promovidos por actividades sociales. Estos procesos garantizan el control de las élites, pero permiten su cuestionamiento constante, imponiéndoles límites. Una de estas institucionalizaciones sería la cooptación, que, volviendo a Jesús Neira, sería un buen ejemplo por su ocupación del cargo de asesor del Observatorio.
La cobertura mediática de los casos de violencia de género se basa actualmente en nuestro país en valores como la objetividad. Los periodistas se preocupan de ofrecer datos reales, aunque sí se hace uso de una estrategia de sensacionalismo, por ejemplo prometiendo informaciones pertenecientes a la vida privada de las víctimas y agresores, pero no a la situación social que le has llevado a ser parte de este problema. En la agenda también impera la indiferencia mediática, puesto que se trata de un problema social que se alarga en el tiempo y para el cual no se encuentra una solución definitiva, por lo que deja de ser algo novedoso (de ahí que, incluso existan medios que llegan a decir de las víctimas que son “una más”). Esto crea el enorme peligro de que la violencia de género deje de ser noticia porque estamos acostumbrados a ella.
Podríamos establecer que antes de los años 90, y más especialmente durante el régimen franquista, el modelo implantado era puramente elitista. La forma de control era la exclusión elitista, por la que los medios se encontraban dominados bajo los grupos de poder. La respuesta política era la inactividad, es decir, el problema de la violencia de género se ignoraba, se hacía como si no existiese y, por tanto, no se tomaban medidas al respecto. Los medios favorecían este silencio tanto por convención como por miedo a la respuesta legal de la censura. Ejemplo de ello es el del semanario El Caso, el más importante de los periódicos de sucesos y, por ende, de la violencia doméstica, al cual durante de la dictadura no se le permitía publicar más de un asesinato a la semana. En este modelo, los efectos de los medios sobre la opinión pública serían poderosos, y los ciudadanos sólo conocerían la información ofrecida por los medios (por ejemplo, los ciudadanos tendrían la idea de que en nuestro país existían, como mucho, cuatro crímenes mortales al mes).
Existen tres modelos para entender cómo se procesa la información y se responde a los sondeos. Zaller defendía la existencia de fuertes efectos de los medios, pero dotaba a la audiencia de cierta autonomía. Su modelo cuenta con una variable social y tres variables individuales (atención, entendimiento e ideología) que se relacionan con cuatro axiomas: recepción (las familias de mujeres maltratadas y las propias víctimas pondrán más atención a los mensajes que alguien que no sufra este problema de cerca), aceptación (existe acceso a mensajes que representan a la mayor parte de la opinión pública, como informes y encuestas, hecho vehicular para poder rechazar los mensajes contrarios), disponibilidad (la asociación de ideas que realiza un encuestado tiene que ver con el mensaje más recientemente recibido y cuestiona su respuesta, por ejemplo, haber escuchado hace poco el número de mujeres que han sido asesinadas en lo que va de año) y respuesta (se busca el punto medio entre dos argumentos que son contradictorios, por ejemplo entre la efectividad y el avance que supuso la Ley de Violencia de Género y el número de casos que siguen existiendo en nuestro país).
Por su parte, Gamson se apoya en la opinión pública discursiva y reconoce que el discurso mediático es el mismo que el de las élites, pero que, a pesar de ello, la audiencia es capaz de reflexionar. Para ello en las noticias deben reforzarse la indignación (el caso de Neira vuelve a ser un ejemplo de un ciudadano que ve una injusticia en la violencia de género), la capacidad para actuar (a base de reivindicaciones se han conseguido avances en, por ejemplo, las órdenes de alejamiento) y la identidad común (favorecida con la aparición de iconos o mujeres influyentes que también han sido víctimas de este tipo de violencia como Withney Houston, Tina Turner o Madonna).
Por último, Kuran postula que el modelo de la espiral del silencio lo es en realidad de la prudencia: mentimos según nos presione una opinión pública que percibimos (o imaginamos) como mayoritaria. Calculamos qué decir y salimos a hablar para encontrarnos mejor con nosotros y con los demás. Muy posiblemente, la mayoría de los maltratadores se posicionen en contra de la violencia de género en charlas con los amigos en el bar, buscando así la aprobación social. No obstante hay quien declara su machismo en alto y hacerlo o no, según Kuran, depende de la utilidad que esto aporte. La utilidad total es suma de otras tres: intrínseca (cuánto me importa, por ejemplo si el machismo es un valor que he aprendido de mi familia), social (cuánto les importa a los demás, un hombre machista sabe que tiene más posibilidad de rechazo en un círculo de mujeres jóvenes, que de hombres ancianos educados en un contexto más conservador, por ejemplo) y expresiva (nace de la autoestima y su relación con la mentira).